Monday, March 14, 2005

Entonces, junto al Rio Suchiate.

Que me mantenga escribiendo una hora, tan siquiera diez minutos, sin parar, sin releer, sin corregir, sin pensar casi. Pero, ya me interrumpi porque fui a abrir el elevador de carga para que lo use el muchacho mexicano que viene a las tres de la manana a tirar el periodico Chicago Sun-Times ante las puertas de los suscriptores.
Sigo escribiendo aunque me da miedo asomarme al pasado. Es tan complicado que no hallo como expresarlo, pero por dificil que sea puede traducirse a palabras como aquello de mi estancia en la finca algodonera Panindicuaro, entre Suchiate y el mar, en la frontera de Mexico con Guatemala. Habia llegado alli a trabajar en la bascula, pesando el algodon que me entregaban los pizcadores, enmedio de los campos pero cerca de la selva que alcanzaba a ver y a oir con gritos de los loros y las cotorras y los pajaros pijuy. Entre tanta gente que arrancaba los capullos de algodon de las plantas ya secas, habia unas muchachas de Guatemala y los soldados que mandaban los militares a hacer fajina. Desde estos campos divisaba tres volcanes: el Tacana, el Tajumulco y el Santa Maria. Por la noches, junto a la casa donde yo dormia pasaban los guardias que patrullaban a pie la frontera. En la cocina dormian las cocineras. Una se llamaba Otilia, que tenia un hijo como de nueve anos llamado Vitaliano, la otra era Adelina. Despues de cenar platicaba mucho con estas mujeres. A Dona Tila la recuerdo morena, delgada, gritona, facil a la palabra y a la risa, cocinando para los labriegos, sin esperanzas de salir de aquellos campos. Y Adelina estaba con un hombre, Tomas Paniagua, que no estoy seguro si era su marido o su hermano.
A fines de marzo se acabo el algodon. Los pizcadores se fueron y yo me despedi de todos y de las mujeres que se quedaron llorando. Me subi sobre las pacas de algodon con mi maleta en el camion jeep. Ellas todavia salieron a la cerca de la casa agitando sus manos para decirme adios. Divise por ultima vez el cocal y la tabla grande de algodon con las ceibas, y el canal lleno de agua. Adios aquella selva que se quedaba con Dona Tila y Adelina y Vitaliano. Adios muchachas de Guatemala, adios soldados y pajaros pijuy.
En el camino a Tapachula, el sol rojo enorme, mi amigo, se fue metiendo. Me quede solo otra vez llegando a Tapachula, hundido en la tristeza que va y viene, porque asi es cuando eres joven.
Ahora he logrado poner aqui , en palabras, algo de todo eso. Que cada quien entienda como pueda.